26.6.09

En las librerías



La imagen que ilustra esta entrada es el sueño y la pesadilla de todo autor. Me explico: no hay nada más agradable cuando tu libro se ha puesto a la venta que entrar en un centro librero como pueda ser la FNAC, El Corte Inglés, Casa del Libro, o una librería independiente, y ver una caída de libros como la que disfruta La tierra de Dios en esta fotografía. ¿Qué es una caída de libros? En el lenguaje editorial, precisamente esta disposición de los ejemplares, situados en cascada y que ocupan más espacio -y tienen mejor exposición- que aquéllos que llegan a la mesa de novedades (que no es poco).

Como os decía, es un sueño porque no hay nada mejor que ver a tu libro esperando que un lector lo escoja y se lo lleve a casa. Y al mismo tiempo, es una pesadilla porque no hay nada peor que ver a tu libro esperando que un lector lo escoja y se lo lleve a casa. Pero en fin, como soy de natural optimista y además el cine es mi segunda patria, sé que Gary Cooper que está en los cielos (o eso decía Pilar Miró) no los dejará solos ante el peligro.

15.6.09

Mañana



Mañana tiene nombre dulce, de nerviosa energía y a la vez de pereza deliciosa. Me late la yugular cuando estoy muy triste o muy feliz, y en este caso es lo segundo. Mañana se pone a la venta La tierra de Dios. Es la novela que empecé a escribir poco después de haber salido La dama y el león en febrero de 2006, y a cuyo manuscrito le puse punto y final a mediados de mayo de este año 2009. Tres años han pasado, y lo que ha pasado en tres años. En alguna página de la novela, que es un aventura medieval con sangre, sudor, lágrimas y mucha acción, se habrá colado un día de octubre, un verano caluroso, un invierno crudo y algo de primavera desubicada, como todas las estaciones de paso. Deseo que disfrutéis mucho de la lectura de este libro, y os prometo que hoy no dejaré de pensar, siempre, en mañana.

14.6.09

Feria del Libro de Madrid

Breve anécdota que me contaban de la (desternillante, como todas las ferias) Feria del Libro de Madrid: una señora se para frente a una caseta, con dos críos de la mano, un cochecito empujándose por arte de birlibirloque, llevando las bolsas y el bolso, y repite en voz alta, leyendo el título de un libro expuesto en la parada:

- "1001 libros que hay que leer antes de morir".

Reflexiona un instante, antes de soltar con un tono que navega entre la añoranza y el choteo:

- ¡Pues habrá que darse prisa!

Y sigue avanzando, empujando a churumbeles, carrito, bolsas y cabaña varia.

Lo cual me lleva a la sabia y resabiada conclusión de sin (buen) humor no hay lecturas, ni ventas, que valgan. Así que echémonos unas risas, por lo que pudo haber sido y nunca fue, y por lo que será que no sabemos, que sin duda es mucho.

2.6.09

La Edad Media en guerra


La batalla medieval está tan arraigada en el imaginario colectivo que resultaría difícil, a estas alturas, convencernos de que el conflicto abierto y armado entre facciones enemigas era la excepción y no la regla: ¿quién no piensa en dos caballeros descargando pesadas espadas sobre el yelmo y la loriga del adversario, o en la mêlée que se produce cuando dos ejércitos chocan uno contra otro? Y es que no hay nada como la propaganda, pues eso y no otra cosa es la importancia que le dieron los cronistas a las batallas medievales: por ejemplo, apenas unos años después de Las Navas de Tolosa se hablaba de las milagrosas señales y ayudas celestiales que llevaron a los cristianos a la victoria sobre los moros. Otro tanto sucede con Agincourt, descrita como el parangón de la heroicidad (recordemos ese "modesto" repaso final a las bajas: ¡unos diez mil franceses caídos frente a cuatro barones y veinticinco caballeros ingleses) y Georges Duby tampoco se queda corto con su, por lo demás, apasionante narración del Dimanche de Bouvines, el día en que Felipe Augusto derrotó a una alianza liderada por Otón IV, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Y sin embargo, la ironía radica en que era tan raro el enfrentamiento abierto que cuando se producía, los cronistas y escribas de la corte se apresuraban a registrarlo -pues tiene poca gloria y menos resplandor la pequeña historia de las cabalgadas, las razzias, los pillajes y demás técnicas habituales de erosión del enemigo- y así nos ha llegado esa batalla medieval, tan romántica y, paradójicamente, tan fabulosa ya desde el primer día.